ENTREVISTA AL NUEVO OBISPO

 

Entrevista a Francesc Pardo Artigas, obispo electo de Girona.

 

"Quisiera que el ministerio presbiteral

fuese más amado y valorado"

 

¿Qué implica para Usted, concretamente, su nombramiento como obispo de Girona?

Es un gozo y una responsabilidad. Pienso en las personas que encontraré aquí, en la vida de las parroquias y de la diócesis de Girona. También pienso en la problemática de la sociedad y de los pueblos de esta diócesis. Ahora se me ha ampliado mucho el horizonte de las personas en las cuales pienso y por el cual ruego y me intereso. En el Evangelio Jesús dice que es el Buen Pastor que conoce sus ovejas. Soy consciente de que, como él, me tengo que esforzar para conocer a las personas que me han sido confiadas y estar cerca de ellas.

 

Usted nació y creció en el marco de una familia cristiana. ¿Cómo era la familia de su infancia?

Recuerdo al padre, que murió hace unos cuantos años, y la madre, que murió hace poco. Un hermano mío, que se llamaba Emilio, murió a los 18 años de accidente de tractor. Hacía un año que era capellán y me tocó presidir la Eucaristía. Fueron unos momentos difíciles para toda la familia. Conocí a los abuelos, tanto de la parte del padre como de la de la madre. Estos últimos eran originarios de Fonolleres y de Mieres. Mi madre nació en Mieres. Recuerdo que era una familia normal, de un pueblo pequeño del Penedés. Una familia con penurias económicas. Mi padre tenía un camión. No lo conducía él, pero hacía de transportista. Llegado el tiempo de ir a coger aceitunas, íbamos a coger olivas. A la familia la fe era algo muy importante. Cada domingo iba a misa. Fui monaguillo a los siete años. Casi viví entre mi casa y la parroquia.

 

Aquello más doloroso que vivió en la familia debió ser la muerte de su hermano.

Sí. Y los momentos que precedieron la muerte de mis padres, ocurrida en Granollers. Mi padre tenía azúcar y le tuvieron que cortar primero una pierna y después la otra. Había sido alcalde de mi pueblo durante veinticinco años, ya durante la dictadura y, más tarde, por dos veces, con mayoría absoluta en una candidatura independiente. Ver a un hombre como él, que había sido tan activo, en una silla de ruedas, era muy duro. Menos mal que lo atendieron muy bien en la residencia del Hospital de Granollers. Mi madre también se fue deteriorando. La llevé a una residencia de las hermanas josefinas, dónde hace pocos meses murió.

 

¿Y qué ha sido aquello más jubiloso que ha vivido en la familia?

He vivido muchos momentos jubilosos: la boda de mis hermanos, la celebración de las bodas de oro de mis padres, mi ordenación diaconal y, después, la ordenación presbiteral ...

 

¿Cuál fue el punto de partida de su vocación sacerdotal?

Un cura muy divertido que se llamaba Mn. Bartomeu Elies me decía, cuándo yo era monaguillo: "Cisquito, te regalaré una Mobylette si te haces sacerdote". Yo decía que no. Después vino Mn. Salvador Pou, que era hijo de San Esteban de Palautordera, en el Vallés. Me propuso ir al Seminario Menor. Después se planteó la cuestión de hacer el paso al Seminario Mayor. Fue una decisión importante. También fueron momentos de reflexión muy intensa los que viví antes de la ordenación. El cardenal Jubany me ordenó capellán el año 1973. Aquellos años se secularizaron entre 15 y 20 compañeros y nos ordenamos dos. Veía que dejaban el ministerio capellanes que llevaban dos o tres años de vicario, a los cuales yo admiraba y quería ser como ellos. Eso me planteaba unos interrogantes.

 

Más tarde se licenció en teología en la Facultad de Teología de Catalunya. ¿Cuál fue el tema de su tesina?

Un tema pastoral: Frente a diversas reuniones o encuentros, ¿qué temas, qué cuestiones y qué metodología había que ofrecer?

 

¿Qué teólogos lo han influenciado más, a través de sus clases o de sus escritos?

El más próximo, Mn. Rovira Bellosa, que ha sido mi maestro en teología. Y Mn. Vicenç M. Capdevila, de Girona, que tuve como profesor. También Olegario González de Cardedal, Bruno Forte, Karl Rahner, Schillebeeckx y todos aquellos teólogos que influyeron en el Concilio Vaticano II y en el postconcilio.

 

Más adelante, durante dieciséis años fue director del Centro de Estudios Pastorales de las diócesis catalanas (CEP). ¿Qué representó para Usted aquella etapa?

Había una situación un poco complicada en el CEP, unas circunstancias anómalas y se produjo un cierto rechazo. Además, se estaba preparando el Concilio Provincial Tarraconense. El arzobispo Ramon Torrella -y también el cardenal Ricard Maria Carles- me pidió muy insistentemente que lo aceptara. Los primeros tiempos fueron difíciles. Después fuimos trabajando en aquello que pudimos y el CEP se ha tenido que ir resituando, teniendo en cuenta que cada obispado ha ido organizando su formación pastoral a través de los institutos superiores de ciencias religiosas. También la Facultad de Teología de Catalunya tiene su misión, muy importante, de liderazgo.

 

Usted participó en el Concilio Provincial Tarraconense. ¿En qué contribuyó?

Estuve en la cuarta ponencia, junto con Mn. Joan Busquets, que era el responsable, y con Mn. Raventós, de Tarragona, especialista precisamente en los concilios de la Tarraconense. El tema era la comunión y la coordinación interdiocesanas, la cuestión de la edificación de la Iglesia como comunión. Era uno de los temas en que había aspectos más conflictivos y opiniones más divergentes en el Concilio.

 

Su largo periodo de vida parroquial se puede distribuir en diferentes etapas. ¿Cuántas?

En mi vida pastoral hay tres grandes etapas. La primera, cuando fui vicario en Vilafranca del Penedés y arcipreste. Allí fundé una iglesia, en un barrio.

 

¿Cuál fue la segunda?

La que viví en San Sadurní d'Anoia como rector, como arcipreste y, los últimos tres años, como vicario episcopal del Penedés, Anoia y Garraf. En un barrio marginado de Sant Sadurní, llamado la Vilarnau, con un grupo de laicos que asumían la responsabilidad de la asociación de vecinos fundamos una cooperativa. Se hicieron setenta pisos. Les impuse la norma que ninguno de ellos podría tener un piso de estas viviendas sociales.

 

¿Y la tercera?

Es la de rector de San Esteban de Granollers, que compartía con el trabajo de vicario episcopal del Vallés Oriental, cargo en el cual sucedí el obispo Carles cuando vino a Girona. Y la de vicario general de pastoral del obispado de Terrassa y delegado para los asuntos económicos.

 

¿En Granollers impulsó otro proyecto social, llamado el Ciprés, no es así?

Bien, fue Mn. Blai quien lo fundó el mes de mayo y yo llegué el julio siguiente. Me tocó consolidarlo. El Ciprés es la institución de Caritas arciprestal: comedor, pisos de acogida, distribución de alimentos ... Por otra parte, el año 2004, cuando se erigió el obispado de Terrassa, el obispo Josep-Ángel me llamó para ser vicario general de pastoral y para que me hiciera cargo de los asuntos económicos, en una situación en qué empezábamos sin ningún dinero.

 

¿Qué destacaría de la personalidad del obispo Carles Soler?

Es un hombre próximo, con un sentido innato pastoral para todas las cuestiones. Siempre ha intentado afrontar los retos como, por ejemplo, la agrupación de parroquias o el mapa pastoral, que decíamos en Barcelona, cuando trabajé con él esta cuestión.

 

Además de Mn. Capdevila y Mn. Busquets, ¿con qué otros gerundenses ha tratado?

Fui consiliario de la JARC y miembro del equipo de Catalunya de este movimiento, en el cual conocí Mn. Josep M. Castellà. En las reuniones de vicarios generales he tratado Mn. Lluís Suñer i Mn. Joan Naspleda. Y desde el CEP, Mn. Josep Taberner y Mn. Pere Domenech. También conocía Mn. Enric Sala, que fue consiliario internacional del Movimiento Rural Católico de Adultos.

 

¿Con qué espíritu viene a Gerona?

Vengo sobre todo con el espíritu de servicio. Vengo a servir como pastor de la diócesis y a realizar la misión de la Iglesia: la evangelización, la educación de la fe, las celebraciones, el servicio a las personas y la construcción de la Iglesia. Servir  las personas y el mundo, sobre todo a aquellos que más lo necesitan. Los acentos y los retos serán los que entre todos, y yo mismo, iremos descubriendo al conocer las comunidades y las personas. Me fijaré sobre todo en aquello positivo, en los aspectos de vida más intensos, y también en aquellas carencias para, con la ayuda de Dios y de todos juntos, revitalizar la vida cristiana de las personas, las parroquias y la diócesis. Vengo con la actitud de escuchar, de hacerme próximo y de descubrir los retos de los presbíteros. Hay dos cosas que me preocupan. Una: querría que el ministerio de los presbíteros fuera más amado a nivel eclesial y a nivel no político pero sí social. Ni en algunos grupos parroquiales ni en algunos grupos sociales se valora suficientemente el ministerio presbiteral. Hace falta que tanto la comunidad cristiana como la sociedad se den cuenta del valor de este ministerio por lo que significa para la vida cristiana. La otra preocupación: intentar que se palpe la dicha de Jesús, a menudo olvidada: Bienaventurados los que creerán sin haber visto. Que se note que la fe, la vida cristiana, es motivo de felicidad y realización personal y no de tristeza, prohibiciones o restricción. Y que cuando las personas busquen salvación, sepan descubrir y encuentren a Cristo, que es el salvador.

 

 
Entrevista realizada por Josep Casellas y publicada en la revista "El Senyal", núm. 91