INTRODUCCIÓN AL POEMA CANIGÓ


Nos ha parecido interesante dar a conocer un resumen, con orden, del despliegue del poema Canigó, extraído del libro “Engrunes y retalls”, de Mn. Modest Prats, con el fin de hacer comprensible la lectura fundamental del poema verdagueriano.

 

La acción del poema se sitúa en torno a los años mil, que es la fecha aproximada del surgimiento de la entidad nacional de Catalunya. Y tiene como centro las aventuras de Tallaferro, que luchó contra los moros, pero el protagonista del poema es Gentil, su hijo, que es cautivado por el hada Flordeneu, que toma la forma de su querida Griselda, una pastora. Con Canigó, Verdaguer (Mn. Jacinto o Cinto) consigue crear una verdadera apoteosis de las tierras catalanas. Y gracias a él se empezaron a restaurar los dos monasterios que están mencionados: Sant Martí del Canigó y Sant Miquel de Cuixà.

 

Jacinto Verdaguer Santaló nació el 17 de mayo de 1845 en Folgueroles (Plana de Vic, Barcelona). El año 1870 fue ordenado presbítero. Murió el 10 de junio de 1902 en Vallvidrera (cerca Barcelona).

 

 

CANIGÓ


Canto I: El encuentro. Desde la primera estrofa se nos presentan los protagonistas: Guifre II de Cerdanya, su hermano, Bernat Tallaferro de Besalú, y el hijo de éste, Gentil, que entran a la ermita de Sant Martí, volviendo de cazar por los bosques del Canigó. Gentil pide ser investido caballero. Pasa toda la noche velando las armas en la capilla. Por la mañana es armado por su tío Guifre y participa en un encuentro popular que se celebra en el eremitorio. Allí se enamora de una pastora, Griselda, que, “coronada de violetas del bosque su frente serena”, danza con sus compañeros una sardana. El padre, que lo advierte, reprueba el naciente amor del joven caballero. El hilo de la narración se rompe cuando un juglar entona una canción -"El ramo desanjuan"- que provoca una pelea entre la juventud congregada en el encuentro. La reyerta se acaba de golpe con el anuncio de la invasión de los moros que ya están en Elna. Tallaferro corre a presentar batalla y Gentil baja a Cornellà con su tío, donde esperan poder destruir al ejército enemigo.

 

Canto II: Flordeneu. En el castillo de Cornellà, Gentil hace el velatorio nocturno y contempla embelesado el resplandor de los ventisqueros canigonenses. Su escudero le dice que son “los mantos de armiño de las hadas” y que, si puede tomar uno, tendrá todos los poderes imaginables. Él, deseoso de poseer el amor de Griselda, después de vencer las dudas que su honor de caballero le plantea, trepa a caballo hasta la cima, en una cabalgata espléndida. Arriba, le esperan las hadas que lo llevan a la presencia de Flordeneu, que toma la forma de Griselda y que lo cautiva, haciéndolo prisionero de sus encantos. Aunque recuerda su compromiso de luchar contra los moros, se pierde en los brazos, las palabras y los ojos del hada canigonense. El canto se acaba con una bella descripción del macizo del Canigó y del plan de Cadí:


Allí en un trono verde, que los ojos no ven

si está hecho de acebo florido o de esmeralda,

los dos se sientan, en el hechizo que les liga,

ella a mirar el cielo, Gentil su cara.

 

Canto III: El hechizo. Gentil duerme y las hadas lo llevan dulcemente hasta el estanque donde lo embarcan en una góndola, mientras le cantan una canción en que lo invitan a soñar. Despierto ya, navega en brazos de Flordeneu hasta entrar en un palacio maravilloso de hielo, donde montan en un carro volador que el hada conduce.

 

Canto IV: El Pirineo. Volando sobre las crestas de las montañas, los dos enamorados recorren el Pirineo, que nos es descrito en unas extraordinarias estrofas donde la toponimia, la geografía más precisa y la brillante descripción se combinan con gran eficacia. Un largo poema, casi autónomo, es dedicado a la “Maladetta”. Reanudan después el fantástico vuelo, de retorno hacia el Canigó, y el canto se acaba con una estrofa donde la visión del carro nos es ofrecida en una doble perspectiva: la de un pastor que lo mira desde tierra y la de las estrellas que “desde el hemisferio acechan”.
 

Canto V: Tallaferro. El poema retorna a la llanura, donde se despliega la batalla feroz entre cristianos y sarracenos. Nos narra el recorrido del conde Tallaferro, desde el momento que abandonó la romería de Sant Martí hasta encontrar a los moros con los cuales se enfrenta. Lo hieren, es hecho prisionero y llevado en una nave fondeada en Cotlliure. Pero consigue romper las cadenas y, con la ayuda de los “festejadores”, incendia las barcas y libera a los otros cristianos cautivos. El canto se acaba con unas palabras del conde a quien un viejo festejador santigua las heridas y le pregunta si lo hace sufrir:

No es para mí si suspiro, que es por Gentil,

¿cuando pienso, pobre padre, qué hace mi hijo?

 

Canto VI: Noviazgo. Volvemos a encontrar Gentil y Flordeneu que se pasean por las cuevas donde las estalactitas y las estalagmitas dibujan formas llenas de fantasía, y así se suben a la cima del Canigó. Se rompe una vez más la narración con un largo poema -Lo Rosselló- donde juegan la mitología, la historia y la descripción del paisaje en una visión de gran fuerza. Al fin del poema aparecen las hadas, que entonarán la canción "Montañas regaladas". Es una magnífica glosa de la canción popular, que el coro de hadas va repitiendo después de que cada hada -la de "Mirmanda", la de "Galamús", la de "Ribes", la de "Banyoles", la de "Roses", la de "Fontargent" y la de "Lanós"- han hecho su canto.

 

Canto VII: Desencantamiento. De hecho, forma una unidad con el anterior y juntos constituyen el centro del poema. Flordeneu invita a las Hadas a hablar del Pirineo a Gentil, mientras ella se va a vestir “del amor para la gran fiesta”. Diversos poemas vuelven a romper la narración: "El pasaje de Hanníbal", un largo poema de 14 estrofas, de ocho alejandrinos cada una; sigue "Noguera y Garona" donde se glosa una bella canción popular; "Lampègia", un romance. El coro de hadas invita Gentil: “para quien se acerca la hora del amor / háblanos de amor por favor”. El Canto de Gentil es una lírica canción de amor y de melancolía:
 

Mas, si yo te tengo, ¿por qué me añoro?;

si tú me sonríes, pues, ¿porqué lloro?

El corazón del hombre es un mar,

todo el universo no lo llenaría;

Griselda mía,

¡déjame llorar!

 

Cuando la ceremonia nupcial es a punto de consumarse aparece Guifre, que ha tenido que huir ante la acometida mora que la deserción de Gentil ha hecho imparable. Al ver a su sobrino rodeado de hadas, cantando y tocando el arpa, se abalanza, “lo zambulle y rebate por el despeñadero”. Gentil resbala, ya sin vida, hasta la plana del Cadí. Flordeneu llora, desconsolada, abrazada al cuerpo de su enamorado. Al tercer día de luto, lo carga en la barca y hace, en medio de llantos y suspiros, el último viaje. Sigue los torrentes, los prados, 
 

... ella enseñándoles su enamorado difunto.

Lo muestra a las estrellas que los ojos cierran [...]

Lo muestra a los jazmines que lo sombrearon [...]

A los miosotas lo enseña de la orilla,

a las glebas de hielo que oyó suspirar,

de plata y de cristal a la fuente viva [...]


Reclama venganza a

... cada colina, cada árbol

la hierba que nace, la estrella que florece [...]

... y, con sus mismas manos,

provoca la ventisca de alas de fuego, y apila

las nubes sobre las nubes aullantes.

 

Canto VIII: La Fosa del Gigante. Guifre, repuesto de su arranque de ira, se da cuenta de lo que acaba de hacer: ha matado el hijo de su hermano. "Como un ebrio" baja de la montaña para enfrentarse con los moros, buscando la propia muerte. Los encuentra cuando huyen, atizados por las tropas de Tallaferro. Son unos versos feroces, de una gran intensidad, que uelen a una vieja canción de gesta. La lucha con Gedur, caudillo sarraceno, es terrible. Lo vence y

 

              ... su espada lo atraviesa de parate a parte.

Cae:

              Como un abeto que baja rodando...

 

y, con la caida abre la llamada Fosa del Gigante.

 

CANTO IX: El entierro. Aquí aparece Oliva -el abad de Cuixà, fundador del monasterio de Ripoll y obispo de Vic- hermano de los dos condes que se reencuentran después de la batalla. Guifre comunica a Tallaferro la muerte de su hijo y "le explica todo lo ocurrido en la fiesta, le relata todos los hechos, excepto su crimen". Mientras tanto, el escudero, que ha buscado Gentil por toda la montaña, encuentra su cadáver. Lo arranca de las manos de Flordeneu y lo baja a Sant Martí. Cuando Guifre reconoce que él lo ha muerto, Tallaferro lo embiste con la espada desenvainada. Oliva se interpone entre los dos hermanos: cierra de golpe la puerta de la capilla, dejando fuera el padre enloquecido. Mientras éste intenta partir la puerta , Guifre se confiesa y recibe la absolución justo cuando Tallaferro consigue entrar. Se lanza a sus pies implorando perdón "y frente a la hermosa cruz del Salvador, un fuerte abrazo aquellos dos corazones une". Oliva celebra la misa y se hace el entierro. Delante de la fosa, el abad predica y abre los corazones a la esperanza de volver a ver Gentil en el cielo, según se le ha manifestado en una visión "mientras por él el cáliz ofrecía". El conde de Cerdanya decide quedarse como ermitaño al lado del sepulcro del sobrino: "Cerca de la suya, yo cavaré la fosa mía". Oliva lo invita a fundar un monasterio: "injerto del árbol de Cuixà". Explica la historia, desde sus orígenes en el Monasterio benedictino de "Eixalada", en el alto Conflent  (Francia), que fue destruido por un aguacero.

 

Canto X: Guisla. Guisla es la mujer del conde Guifre. El se despide en una escena llena de patetismo. Cuando le reclama los derechos del amor prometido en el matrimonio, él le contesta:

             - Te amaré como siempre te he amado,

               "mas, ay de mi!", será desde una celda

               de un monasterio que sobre el oratorio

               de Sant Martí del Canigó se levanta.

 

Y cuando, después de besarla por última vez, la deja,

 

               Al final de la escalera un llanto resuena

               y un chillido en la sala le constesta;

               lloran con él los caballeros y pajes,

               las damas del palacio lloran con ella,

               que ve entrar, por donde sale ahora, Guifre

               el espectro helador de la viudedad,

               con su cabello extendido sobre la cara

               y arrastrando la mantilla negra,

               caídos sus brazos de ufana magnolia

               que en su florida ramonea la tormenta,

               y  sus ojos de endrina y su frente de lirio

               nublados con nieblas de tristeza.

 

Sola, la condesa borda unos manteles para el altar de Sant Martí del Canigó, llorando desconsolada. Desde el bosque, le llega un canto de amor que la cautiva. Decide ir a encontrar la donzella que canta. Como ya debéis suponer, es Griselda. En un breve diálogo entre las dos mujeres, la pastora confiesa su amor por Gentil. Sólo de oir aquel nombre, Guisla se cae fulminada y Griselda, que acaba de saber la muerte de su enamorado, no puede ni llorar y, como Ofèlia, pierde el juicio, "hermosa estrella / que se cierra en la noche de la locura".

 

Canto XI: Oliba. Se nos describe el claustro, la cripta, la basílica y el monasterio que se va construyendo. Guifre, consumido por el remordimiento, se aplica obsesivamente a cavar la propia fosa en la roca.

                  A menudo, a la ruda y mortuoria celda

                  llega el grito salvaje de Griselda

                  que, loca, va llamando: ¡Gentil, Gentil!!!

 

Oliba, en cambio, que acaba de fundar "Ripoll", se pasea entre las obras del cenobio y sueña el portalón del nuevo monasterio, que dibuja, impaciente, una y otra vez. Verdaguer la relata en unas ajustadas estrofas que acaban con estos versos:

                Quién pasará por debajo de esta arcada

                bien podrá decir que, es síntesis sagrada,

                el mundo, el tiempo y eternidad ha visto.

 

"Mientras leía su epopeya Oliba", llega la nueva de la muerte de Tallaferro, negado en las aguas del "Rose". Pasado un tiempo, muere también Guifre que, en sus últimas palabras, pide que planten "la cruz, del Canigó en la bella cima".

 

Canto XII: La cruz de Canigó. El acto se realiza con una grande coral, como la apoteosis de un gran espectáculo. El coro de monjes lo abre, subiendo la cruz a la cima de la montaña. El coro de hadas reclama que se desencadene la tormenta y cierre el paso a aquéllos que suben "a profanar nuestro palacio". Los monjes, guiados por la cruz, continúan arriba desafiendo la ventisca. El coro de hadas intenta resistir y reclama los derechos de Flordeneu sobre la montaña, pero ve como su palacio se desmorona. El coro de monjes contempla ya Catalunya por entremedio de la bruma que se desgaja y saludan la patria:

                        Oh, salve, Catalunya,

                       la oscura noche se aleja,

                       los nuvarrones se funden.

 

El hada de "Mirmanda" canta el adiós a sus tierras, que ahora ocuparan los monjes del monasterio de la montaña. El hada de "Galamús" abandona también sus valles y sus bosques, y su voz es sustituída por la del ermitaño de Galamús. El hada de "Ribas" huye de su valle, anunciando la próxima aparición del conde Arnau. Le contesta, sin embargo, al abad Oliba, que canta la futura gloria de Ripoll. Al hada de "Fortangent", que huye de las montañas de Andorra, le responde el ermitaño de Meritxell; y a las hadas de "Roses" y "Banyoles", el coro de monjes de Banyoles, que recuerdan san "Mer" matando el dragón del lago, y los monjes de "San Pere de Roda". El hada de "Lanós" dice su adiós a la tierra cerdana, y celebran que se acabe la noche los cofrades de "Núria" y "Font Romeu". El coro de hadas invita Flordeneua irse. Ella recuerda sus amores con Gentil y acaba su llanto con una variante de

                        Montañas regaladas

                        son las del Canigó;

                     para mi bien lo han sido

                    mas ahora no lo son, ¡ no!

 

Huyen las hadas y los monjes llegan a lo alto de la monyaña, donde plantam la cruz y la adoran. Intervienen en un gran cántico, Oliba, un niño, san Romuald y san Martí, san Ursèol, san Vicenç, mártir de "Cotlliure", san Guillem de Gombret, san Narcís, santos Llucià y Marcià y san Damas, mientras yn coro de entona el himno "Crux fidelis". La campana de san Martí anuncia la muerte de Guifre y los monjes, arrodillados, glosan el "Proficiscere anima christiana, mientras un niño ve las almas de Tallaferro y de Gentil que bajan del cielo para acogerlo. Un canto de Oliba, el coro de los hombres de paraje y un gran coro final cierran el poema:

 

           ¡Gloria al Señor! Tenemos ya patria amada [...]

                 Patria, te dará sus alas la victoria;

           como un sol de oro el astro se va levantando;

                 tira a poniente el carro de tu gloria;

           pues Dios te empuja, oh Cataluña, adelante.

      Adelante; por montes, por tierra y mares no te pares,

               ya te es pequeño para trono el Pirineo;

                  por ser grande hoy te despertaste

                          a la sombra de la cruz.

 

Epílogo: Los dos campanarios. De este impresionante diálogo entre los campanarios de "Sant Martí del Canigó", donde se ha iniciado precisamente el poema, y "Sant Miquel de Cuixà" ya hablaremos más adente, porque constitye una pieza fundamental para la comprensión del poema. Es una contemplación del monasterio que hemos visto levantarse, espléndido, en el canto VII y que ahora, en el tiempo que escribe Verdaguer, es el "decrépito Sant Martí", abandonado, desierto, derribado, en un contraste impresionsnte. ¿Sobre este epílogo con un impresionante eco de de los viejos "Ubi sunt?, ante un espectáculo de muerte y desolación:

 

         ¿Pues que os habéis hecho, soberbias abadías? [...]

           ¿qué habéis hecho, oh valles, del asceterio? [...]

               ¿donde está, oh soledad, tu salterio? [...]

           ¿Dónde tus renglones de monjes, presbiterio? [...]

                    ¿D'Ursèol donde está el dormitorio?

 

Después de esta entrada, tanto más cautivadora si se lee a continuación del glorioso y triunfante último canto del poema, empieza el coloquio entre los dos campanarios que lloran su soledad actual, rehacen con gran añoranza el recuerdo de la antigua grandeza y prevén, inminente, su propia ruina. Se acaba con unas estrofas que afirman la perdurabilidad de la montaña:

 

            "Lo que un siglo construyó, el otro lo arruina,

               mas resta siempre el monumento de Dios;

             y la tormenta, la ventisca, el odio y la guerra

                       al Canigó no derrumbaran,

                  no desramaran el altivo Pirineo".

 

                       *  *  *  *  *   *   *   *

 

El Canigó es, como habéis podido deducir, un poema bélico, místico y fabuloso, una historia de guerreros, monjes y hadas, un poema romántico, con todas las de la ley. Canigó ha sido considerada la obra maestra de Verdaguer. Esta exposición tiene un sentido, el de animaros a leer el poema si no lo habéis hecho todavía o releerlo otra vez. 

 

(Traducción libre al castellano)